Nunca se sabe cuando aparece ese instante mágico que te puede cambiar tu vida. Eso le pasó a mi amiga Laura:
Laura estaba desesperada, buscaba insistentemente una luz verde de un taxi, mientras comenzaba a llover. ¡El día no podía ir peor! La ansiedad se estaba apoderándose de ella. Comenzó a sentir que su corazón latía más rápido, parecía que se iba a salir del pecho, sudaba, en definitiva, estaba desesperaba. Faltaban sólo 30 minutos para que saliera su autobús. Si lo perdía, no llegaría a la reunión de equipo que su jefe hacía cada tres meses y sabía que perdería la oportunidad de poder dar una buena imagen profesional y favorecer de esta forma su promoción dentro de la empresa. Mientras intentaba coger algún taxi, comenzó a pensar que en realidad era una linea que solía retrasarse, “la esperanza es lo último que se pierde”, se dijo a sí misma para tranquilizarse. De pronto, logró parar un taxi y ya habían pasado 20 minutos.
Para su desgracia, al llegar a la parada del autobús vio que se había ido y, por tanto, toda posibilidad de llegar a la reunión. Tras dar una patada a un banco, donde se encontraba una anciana, mandó un WhatsApp a su jefe con una excusa creíble pero rocambolesca. Ella no era una mujer que se rendía a la primera. Luego se dejó caer en el asiento.
Una voz dulce, la sacó de su abatimiento.
-¡Vaya!, me has asustado. ¿Qué ocurre?, le dijo una anciana.
-Lo siento, dijo Laura ruborizada. – Acabo de perder el autobús.
– Te acompaño en el sentimiento- dijo la anciana. -Y a la vez te felicito al mismo tiempo. Igual perder este autobús puede ayudarte a que no se te escapen otros más importantes.
-Laura la miró con asombro. A simple vista no parecía alguien que pudiera dar lecciones de vida. Era una mujer de aspecto descuidado, muy delgada, con un viejo, grande y desgastado bolso que mantenía en el suelo, como si lo sujetara con sus pies. De repente, la anciana se lo aclaro:
-Yo soy ejemplo de cómo perder un autobús pequeño y grande. Si me invitas a desayunar te cuento. Puede ser muy instructivo para ti.
Laura se quedó pensando y con una mezcla de compasión y simpatía le propuso entrar en una cafetería justo en la esquina de la calle. Pidió dos sandwich vegetales y unos zumos naturales.
-Desde muy joven, me acostumbré a aplazarlo todo – confesó la anciana tras tomar algo de zumo- y llegaba a todas partes tarde… si es que llegaba. ¡Esa ha sido mi desgracia!
Mientras Laura daba un mordisco a su sandwich, preocupada dijo:
-Yo también tiendo a aplazarlo todo y a retrasarme…Raramente hago las cosas en su momento. Y algunas no llego a hacerlas nunca.
-Lo mismo me pasaba a mí y aquí estoy, y no es por gusto. ¿Te interesa oír mi historia?
Laura asintió mientras leía de reojo la bronca de su jefe en la pantalla del móvil.
-Este hábito, de aplazarlo todo, empezó ya en la escuela. Tenía facilidad para los estudios, siempre estudiaba la noche antes. Aprobaba por los pelos y eso hizo que por falta de nota no pudiera entrar en la carrera que me apasionaba, que era medicina y tuve que conformarme con hacer derecho.
-¿Llegaste hacer derecho? Le preguntó Laura.
-Sí, y no se me dio mal, pero perdí algunos juicios por falta de llevar la documentación necesaria, y mi marido me dejó por el mismo motivo.
– ¿Te olvidabas de él? – preguntó sorprendida y de forma irónica.
-No, pero en la discusión más importante que tuvimos en lugar de arreglarlo aquella misma tarde esperé, un día, dos días hasta una semana. Fui posponiendo la conversación un día y otro, como hacía siempre, por no enfrentarme, fue una decisión errónea… Causalmente, esa misma semana estuvo en una reunión de antiguos alumnos y se reencontró con una antigua novia. Ahí lo perdí. Para compensar la desesperación y el disgusto comencé a beber, a abandonarme… y así, hasta ahora.
Laura la miró con compasión y la anciana concluyó:
-El tiempo no espera a nadie, métetelo en la cabeza. Eres como un banco donde cada día te ingresaran algo más de 85.000 euros. Según como muevas ese dinero, puedes prosperar o llevar tu empresa a la ruina.
-¿De dónde sacas esa cifra? Le preguntó Laura.
-Son todos los segundos que ingresan en tu cuenta vital cada día de tu vida. Según cómo los inviertas tendrás una vida rica o tendrás una vida vacía y banal.
Ahora tomate un momento y reflexiona sobre este cuento.
¿Qué sensación tienes al leerlo?
Llegado hasta aquí, toma ese instante mágico. Una vez que has leído este cuento, sácale algún beneficio. Reflexiona sobre tu vida. Piensa hasta qué punto le sacas provecho al día a día. ¿Exploras todas tus capacidades, o la apatía y la desgana ganan la partida? ¿Postergas para el siguiente día?. Tomate unos minutos para reflexionar hasta qué punto estas satisfecho con tu vida.
Toma las riendas y saca lo mejor de ti mismo. Medita sobre aquello que tienes que mejorar, si ves claro el camino, traza un plan y paso a paso lo lograrás. Si no lo tienes claro pero sabes que no estás satisfecho, pide ayuda, acude a un psicologo que te oriente y te ayude a decidir. No pierdas ni un segundo más de tu vida en ser la mejor versión de ti mismo.