Con cierta frecuencia me suelen preguntar qué hacer o cómo trabajar la autoestima en el niño o en la niña. Puede parecer una pregunta, trivial o fácil de responder, pero créeme que es más compleja de lo que parece.
Aunque pueda aparecer evidente, no es lo mismo desarrollar la autoestima del niño en un entorno familiar estable – donde existe un apego seguro y las necesidades emocionales del niño o la niña son atendidas – que hacerlo en un contexto marcado por la inseguridad o la tensión constante. En el primer caso, el desarrollo emocional cuenta con un suelo fértil; en el segundo, la estabilidad y el reconocimiento afectivo se convierten en un privilegio, no en un derecho garantizado.
Pero antes de seguir, hablemos de en qué consiste la autoestima infantil.
¿Qué es la autoestima infantil y por qué es tan importante?
La autoestima infantil es la forma que un niño o una niña se percibe a sí mismo: lo que cree que vale, cómo se siente con quien es y qué tanto confía en sus propias capacidades.
No se nace con ella, sino que se va desarrollando a partir de cómo es mirado, tratado y escuchado por las personas significativas de su entorno.
Es una construcción interna que se va formando desde los primeros años de vida, a partir de las relaciones con sus cuidadores principales, las experiencias emocionales y sociales que vive y los mensajes (verbales y no verbales) que recibe sobre su valor personal.
Se podría decir, que es la base invisible sobre la que se forma la identidad emocional, la confianza para explorar el mundo y la capacidad para afrontar desafíos, sin perder el sentido de valía personal.
A diferencia del orgullo o la vanidad, la autoestima no se construye sobre logros externos, sino sobre la experiencia profunda, de sentirse digno de amor, respetado y aceptado tal como uno es.
Cuando un niño se siente visto en su singularidad, acompañado en sus errores y valorado más allá de sus resultados, comienza a integrar una imagen interna sólida, desde la cual puede crecer, relacionarse y autorregularse emocionalmente.
La autoestima infantil no es un rasgo estático de la personalidad, sino un proceso que evoluciona con cada interacción a lo largo de la vida del niño. Y en ese proceso, los adultos no solo acompañan: moldean, refuerzan, y muchas veces, sin saberlo, siembran las creencias que el niño llevará consigo toda la vida.
No se trata solo de quererse, sino de cómo se percibe internamente: si se siente capaz, valioso, merecedor de amor y respeto en su entorno. Es una construcción subjetiva, pero tiene consecuencias muy concretas. La autoestima del niño actúa como un escudo protector frente a la adversidades, mientras que una autoestima frágil puede condicionar su bienestar emocional, social y académico.
Es importante comprender que la autoestima en el niño o en la niña se va adquiriendo a medida que se va relacionando con sus figuras de apego y con su entorno.
Una autoestima saludable en el niño permite que se sienta seguro, valorado y capaz de intentar y experimentar nuevas actividades, lo cual es crucial para su desarrollo personal, emocional y psicológico.
Además, fomenta relaciones interpersonales positivas, ya que los niños con una buena autoestima, tienden a ser más simpáticos y tener mejores habilidades sociales.
Por otro lado, una autoestima baja, tiene consecuencia psicológicas como pueden ser inseguridad, miedos, desconfianza, afectando a su rendimiento escolar y sus relaciones sociales.
Por eso es esencial que padres y educadores trabajen activamente en fortalecer la autoestima de los niños y niñas, mediante el reconocimiento de sus logros, el fomento de una comunicación abierta y el establecimiento de un ambiente de apoyo y respeto. Esto sentará las bases para un desarrollo emocional y social saludable.
Reconoce las señales de una autoestima baja en los niños
La autoestima no siempre se manifiesta de forma evidente. De hecho, muchos niños que parecen tranquilos u obedientes, pueden estar ocultando, detrás de su silencio o rigidez, un mundo interno, lleno de dudas, miedos al error y la necesidad constante de aprobación.
Reconocer las señales de una autoestima baja, requiere sensibilidad y atención a pequeños detalles que muchas veces pasan desapercibidos.
Algunas manifestaciones frecuentes de la autoestima baja en la infancia son:
Dificultades para aceptar elogios
Cuando un niño rechaza las muestras de afecto o minimiza sus logros, suele haber detrás una creencia de no merecimiento.
Miedo excesivo a equivocarse
Cuando un niño evita experimentar o probar cosas nuevas, por temor a ser rechazado, juzgado o por temor al fracaso, puede estar protegiéndose de una herida de desvaloración.
Aislamiento social o evitación del contacto grupal
No siempre es timidez; en algunos casos, es una forma de protegerse de la vergüenza o del rechazo
Constante necesidad de aprobación externa
Cuando un niño o niña necesita de forma continua que otros validen lo que hace, dice o siente, estamos ante una señal de alerta emocional. Esta búsqueda constante de aprobación externa se manifiesta cuando el menor solo se siente valioso si alguien lo felicita, lo aplaude o le dice que ha hecho algo bien. Es decir, su autoestima depende más de la mirada ajena que de su propia percepción interna.
Este patrón puede verse, por ejemplo, en frases como:
“¿Lo hice bien?” (aunque ya sepa que lo hizo bien)
“¿Estás enfadado conmigo?” (aunque no haya ocurrido nada concreto)
“¿Me quieres aunque me equivoqué?
En lugar de disfrutar de sus logros o confiar en sus elecciones, busca constantemente el visto bueno del adulto o de sus iguales. Y si no lo recibe, puede sentirse confundido, inseguro o pensar que ha hecho algo mal.
Esta necesidad no surge de la nada: muchas veces se origina en entornos donde el afecto ha estado condicionado al buen comportamiento, al rendimiento o a la complacencia. Cuando un niño percibe que solo recibe atención positiva si “cumple expectativas”, comienza a desarrollar la idea de que debe ganarse el amor y la aceptación, y que equivocarse pone en riesgo su valor personal.
Autocrítica severa:
Expresiones como “soy tonto”, “nunca lo hago bien” o “todo me sale mal” revelan un diálogo interno hostil que muchas veces ha sido aprendido por imitación o repetición.
Comparación continua con otros niños
Sentirse “menos que” los demás puede generar sentimientos de inferioridad y desconexión de sus propios talentos.
Cosas a tener en cuenta
“A veces, los niños aprenden a moldear su comportamiento, sus emociones e incluso su forma de hablar para no incomodar a uno de sus padres, buscando inconscientemente encajar en lo que creen que se espera de ellos. En lugar de expresarse libremente, se adaptan, se controlan o se contienen para evitar el rechazo, el juicio o el enfado. Esta autoadaptación no siempre es visible desde fuera, pero internamente puede generar una desconexión con sus propias necesidades, emociones y espontaneidad. El mensaje que captan —aunque nadie lo diga en voz alta— es: ‘Para que me quieran, debo ser de determinada manera’.”
Este tipo de conducta puede ser un indicador de que la autoestima está construyéndose desde una base poco segura
Comprender que el niño aún no ha desarrollado un sentido de sí mismo lo suficiente sólido como para diferenciar lo que desea de lo que cree que debe hacer para ser querido. Está priorizando la conexión emocional con el adulto (algo vital para su supervivencia afectiva) y para mantener ese vínculo, aprende a reprimir partes de sí mismo.
Es decir:
No se trata de que “no se quiera” a sí mismo, sino de que está sacrificando espontaneidad y autenticidad para asegurar el vínculo.
Este comportamiento es una adaptación emocional protectora, no un juicio consciente de “no valgo”.
Todo ello puede sentar las bases de una autoestima frágil si se mantiene en el tiempo.
Cuando un niño aprende que tiene que controlarse para ser aceptado —en lugar de ser aceptado tal como es—, empieza a construir una imagen interna condicionada. Esto puede derivar en:
Dudas sobre su valor personal (¿soy suficiente si no me esfuerzo por gustar?).
Dificultad para reconocer o validar sus propias emociones.
Tendencia a complacer a otros antes que a escucharse a sí mismo.
Dependencia de la aprobación externa.
En otras palabras, es un terreno fértil para que más adelante aparezcan problemas de autoestima, aunque en el momento lo que vemos sea una conducta “correcta” o “complaciente”.
Cómo ayudar a favorecer una autoestima sana en mi hijo.
Soy consciente de que una de las tareas más difíciles que hay en la vida, es la labor de ser una buena madre y un buen padre.
Porque cuando vemos a nuestros hijos pequeños, muchas veces no somos conscientes de la trascendencia que tiene las pautas que le vamos dando a edades tempranas, ni la actitud que tenemos en muchas ocasiones de una forma deliberada y descontrolada ante ellos.
No somos conscientes de que ocasionan las psiquis del niño y de la niña ciertas actitudes.
No hay una forma de ser un padre perfecto, pero hay un millón de formas de ser un buen padre
Jill Churchill
Esta frase encierra una verdad poderosa y, a menudo, olvidada: la paternidad y la maternidad, no se trata de alcanzar un ideal inalcanzable, sino estar presente de forma genuina, imperfecta y humana. El mito del padre perfecto, genera culpa, ansiedad y expectativas poco realistas, tanto los adultos como en los propios hijos. Sin embargo, criar no consiste en no equivocarse, sino aprender a reparar, a mirar con honestidad, a sostener con amor, incluso cuando no se tienen todas las respuestas.
Ser un buen padre o una buena madre no significa hacerlo todo bien, sino construir una relación basada en el respeto, la escucha y el compromiso emocional. A veces ser un buen padre genera saber pedir perdón. Otras veces, poner un límite con firmeza y cariño. Y muchas veces, simplemente estar ahí: con presencia, con coherencia y con la disposición de crecer junto al niño o la niña.
Una de las cosas que tienes que plantearte, es preguntarte…:
¿En qué tipo de hombre o mujer quieres que se convierta tu hijo?
Esta pregunta, tan sencilla en apariencia, encierra una de las reflexiones más poderosas y transformadoras de la crianza. Porque no se trata solo de educar para el presente —que se porte bien, que saque buenas notas, que no moleste demasiado—, sino de sembrar hoy las raíces del adulto en el que se convertirá mañana.
- ¿Quieres que sea una persona segura de sí misma?
- ¿Que sepa poner límites sin culpa?
- ¿Que sea sensible, empática, íntegra?
- ¿Que tenga la fuerza para sostenerse y la humildad para pedir ayuda?
Entonces, la pregunta siguiente es inevitable:
¿Qué está aprendiendo de ti —no por lo que le dices, sino por cómo lo vives— sobre la autoestima, los vínculos, el autocuidado, la expresión emocional, la resolución de conflictos o el valor personal?
Los niños no aprenden lo que se les dice: aprenden lo que se les muestra. Observan cómo hablas contigo mismo, cómo tratas a los demás, cómo gestionas tus frustraciones, cómo te perdonas y cómo pones límites.
Por eso esta pregunta no busca crear presión ni culpa, sino abrir conciencia: cada gesto cotidiano, cada palabra, cada reacción emocional es un ladrillo en la construcción de la persona en la que tu hijo o hija se está convirtiendo. Y no hay recetas perfectas, pero sí una dirección profunda: criar no es controlar un resultado, sino acompañar un proceso de construcción interna.
Criar con propósito no es criar con rigidez, sino con intención. Es preguntarse cada día: ¿Estoy ayudándole a desarrollar alas propias o a ajustarse a mis miedos? ¿Le estoy enseñando a ser alguien que se valore, se respete y se escuche?
No se trata de formar al hijo o hija que el mundo espera, ni al que tú soñaste desde tus propias heridas. Se trata de acompañarlo para que sea una persona auténtica, libre, capaz de amar y ser amado. Y esa es, quizás, una de las tareas más complejas —y hermosas— de la vida.
Cuatro pautas para favorecer la autoestima de mi hijo e hija
En resumen, fomentar un autoestima sólida en la infancia, no requiere perfección, sino presencia, comprensión y constancia. A menudo, pequeños gestos cotidianos tienen un gran impacto en como un niño aprende a valorarse, confiar en sí mismo y fomentar los desafíos del crecimiento. A continuación, te comparto cuatro pautas sencillas, pero profundamente efectivas que pueden ayudarte a nutrir su seguridad emocional desde casa o el aula.
1.- Tómatelo con calma: da un paso atrás
Una de las cosas esenciales que debes comprender, es que desarrollar una autoestima sana, no es una cuestión de alabarlo o el elogiarlo en exceso.
De hecho, esto erosiona la autoestima y perjudica la adquisición de competencias del niño o de la niña.
Se sabe qué decirle a nuestros hijos que son el mejor o la mejor, el más inteligente o el más listo, lo único que consigue es generarle unas expectativas poco realistas para el futuro y de alguna manera es un caldo de cultivo para las frustraciones en la etapa adulta. Por otra parte, los niños comienzan a pensar que son perfectos todo el tiempo lo que les lleva a confundirse.
Lo esencial para el desarrollo de una autoestima sana en tu hijo e hija es ayudarlo a ser competente en el mundo, que vaya adquiriendo las habilidades necesarias para enfrentarse a los pequeños desafíos que serán los grandes retos del futuro.
Para ello debes de controlar tu impaciencia y comprender que tu hijo e hija necesita un tiempo para hacer las cosas, enfrentarse a los pequeños desafíos, poder expresarse desde la espontaneidad, así como poder equivocarse. Es vital que comprendas que equivocarse o tropezar son parte del proceso de aprendizaje. Si rescatas constantemente al menor, para evitarle dificultades, sin darte cuenta, puedes estar privándolo de experiencias valiosas: tomar decisiones, equivocarse y aprender, por sí mismo, pilares que son esenciales para construir una autoestima, sana y fuerte.
Si antes quieres comprender qué es realmente la autoestima infantil y cómo se forma desde el vínculo emocional, te invito a leer este artículo complementario…la autoestima de mi hijo
2.- Deja que tu hijo corra riesgos saludables
Da espacio a tu hijo e hija, para que vaya explorando el entorno, que investigue con espontaneidad y libertad. Desde edades tempranas es algo fundamental. Se trata de acompañarlo, vigilarlo en la distancia y ayudarlo cuando la situación lo requiera, pero a la vez permitirle que explore.
Imagina que quiere subir a un columpio. No se lo impida. Colócate cerca para evitar accidentes, pero sin limitarle. Muchas veces, cuando frenamos una acción, no es por falta de capacidad, sino por nuestros propios miedos. Por eso, estate cerca, pero no interrumpas su impulso natural, salvo que sea estrictamente necesario. Evita a toda costa la sobreprotección.
Muchos padres y madres intentan evitar a sus hijos cualquier experiencia de error o frustración, guiados por el miedo o el perfeccionismo. Pero lo cierto es que, para confiar en sí mismos y en el mundo, los niños necesitan arriesgar, tomar decisiones y experimentar las consecuencias. Esa es la base de una seguridad auténtica.
3.- Dale a tu hijo e hija ¡Responsabilidades!
Muchos padres intentan facilitarles al máximo la vida a sus hijos, cayendo en el gran error de que no asuman responsabilidades. Pero esto, solo habla de los padres, de sus necesidades de control, de su perfeccionismo, de su impaciencia y de pensar que mejor que ellos no lo hace nadie.
¡¡¡Gran error!!!
Hacer partícipes a los hijos de pequeñas responsabilidades, adaptadas a su edad les da un sentido de propósito y logro. No se trata de hacer algo a la perfección, sino de dejarles saber que el simple hecho de intentarlo es motivo de aprecio. Felicitarlos por las cosas que van haciendo bien y hacerle saber que con el tiempo mejorarán cada vez más.
Por otra parte, tener pequeñas cosas con las que responsabilizarse le otorga al hijo y a la hija la sensación de control sobre su vida, les ayuda a verse y a enfrentarse a esos pequeños desafíos. En definitiva, puede contribuir a que adquiera confianza, seguridad, y resiliencia.
En definitiva, dar responsabilidades es una forma poderosa de fomentar la autonomía, la autoestima y un sentido de pertenencia en el hogar.
Para lograrlo, es clave tener en cuenta su edad, madurez y habilidades y evitar imponer tareas a través del castigo o la exigencia sin contexto. Lo ideal es involucrarles en la elección de algunas responsabilidades, explicando por qué son importantes para el bienestar de todos.
Por ejemplo, le puedes decir “Cariño, cuando recoges tus juguetes, ayudas a que la casa esté ordenada para que podamos jugar más cómodos” De esta manera, puede comprender que su colaboración tiene un propósito valioso y no se siente obligados, sino que son parte activa de un equipo. Además, es fundamental validar el esfuerzo más que la perfección del resultado. Al principio, quizás no doblen bien la ropa o dejen algo fuera de lugar, pero lo esencial es que se sientan capaces y reconocidos por intentarlo. Acompañarles con paciencia, mostrar cómo se hace y luego ir soltando poco a poco el control, fortalece la confianza mutua. Dar responsabilidades no es “cargarles” de tareas, sino invitarles a formar parte del cuidado de lo cotidiano, enseñándoles que ser responsables también es una forma de quererse y querer a los demás.
Es importante que los padres tenga un trabajo personal con ellos “crecimiento personal”
4.- Evitar compararles, favorece el desarrollo respetando la forma de ser de cada niño
Algo fundamental a tener en cuenta es que cada hijo o hija es único. Tienen su propia personalidad, con fortalezas, desafíos y formas particulares de sentir y expresarse. Por eso, uno de los pasos más importantes en la crianza es dejar de lado las comparaciones y abrirte a conocerle tal como es, sin imponer expectativas ajenas. Comprender su singularidad te permitirá acompañarle de forma más consciente, empática y respetuosa.
Muchas veces los padres caen en el error, con el deseo de ayudar a sus hijos a mejorar, de compararlo con otros niños, sobre todo sus hermanos con frases” fíjate en tu hermano”. Esto puede suscitar, celos, envidias y rivalidades, porque generan la percepción de que los padres tienen más preferencias por un hermano que por otro. Además, se corre el riesgo de dañar seriamente la autoestima, generando falta de aceptación de si mismo e inseguridad.
Llegando de este punto es esencial entender que no nacemos con un manual para ser padres. Lo cierto es que vamos a aprendiendo poco a poco. Es todo un aprendizaje. Muchas veces la educación de nuestros hijos nos pone frente a nuestras limitaciones e inseguridades. Así como nos abre antiguas heridas y patrones de conducta que hemos aprendido de patrones de conducta disfuncional.
Vital ocuparte de ti, ya que para desarrollar un autoestima sana en tu hijo e hija es importante que tengas en cuenta tu autocuidado emocional y psicológico. Si como padre o madre tienes una baja autoestima o te sientes insegura o inseguro, proyectarás en tus niños tus miedos e inseguridades. Por ello es esencial que hagas un trabajo personal para alcanzar ser el padre o la madre, que desea ser fuera de limitaciones.
Quiero trabajar en mi
Mejorar como persona es unos de los pilares que llevo trabajando con un programa específico desde hace años, desarrollado con el fin de alcanzar tu mejor versión