A menudo oímos hablar de psicópatas que ocupan puestos de poder político o económico. O hemos escuchado a alguien decir frases del tipo: “Mi jefe es un psicópata”, o “el alcalde es un psicópata”. Bien, pues aunque se trata de una obvia exageración, hay algo de cierto en ello.
Un estudio recientemente publicado en una revista especializada en psicología y psiquiatría forense aporta datos significativos: mientras el porcentaje de psicópatas en la sociedad se mueve en una cifra en torno al 1% de la población, entre personas que ocupan cargos de poder ese porcentaje sube al 3%.
Es necesario aclarar que existen diferentes tipos de psicópatas y en diversos grados, por lo que cuando hablamos de psicópatas no nos referimos únicamente a los habituales del cine, asesinos en serie o personas que presentan psicopatías en grados extremos. Por lo general, el psicópata es una persona con un carácter antisocial, carencia o ausencia de remordimientos y una bajo nivel de empatía, es decir, poca capacidad para ponerse en lugar de otros o sufrir por problemas ajenos.
No descartemos que ese mayor porcentaje de psicópatas en puestos de poder pueda deberse a que precisamente ése sea el perfil que muchas veces se busca para ocupar esos puestos, máxime cuando leemos en el citado artículo que los propios autores del estudio sospechan que esa cifra del 3% pueda estar reducida por los mismos psicópatas y realmente sea mayor. ¿Cómo es esto posible?
En un principio se sospechaba que los psicópatas que ocupan cargos de poder podrían tener un alto coeficiente intelectual, pero se comprobó que no era así, pues entre ellos se encontraron coeficientes altos y bajos, coincidentes con el resto de las personas incluidas en el experimento.
Los investigadores comprobaron que entre todas las personas que participaron en el experimento, los psicópatas con mayor grado de inteligencia eran capaces de contestar a las preguntas mintiendo, incluso engañando a las “máquinas de la verdad” a las que fueron conectados. Simplemente, mentían con absoluta naturalidad adaptando sus respuestas a las de cualquier persona normal, pues entendían que esas respuestas falsas eran más convenientes o eran las esperadas. De ahí las sospechas fundadas de que ese 3% represente una cifra menor a la real.
Por tanto, cuando volvamos a encontrarnos con alguien que nos dice: “Mi jefe es un psicópata”, o “mi alcalde es un psicópata”, no descartemos que tenga razón.