13 Ejercicios para trabajar la Autoestima
13 EJERCICIOS DE AUTOESTIMA 13 EJERCICIOS DE AUTOESTIMA PARA ADULTOS: CÓMO FORTALECER TU AMOR PROPIO DESDE CASA. Contenido del artículo: ¿Qué piensas de ti mismo?
Si no decides abordar tu pasado y tus heridas de la infancia, tus relaciones y tus experiencias lo harán por ti.
En cualquier ejercicio de crecimiento personal y de autoconocimiento ser consciente de nuestra historia es vital. No porque necesitemos recabar información, sino más bien tomar conciencia del impacto de lo que hemos vivido. Conectar con nuestra historia es un paso imprescindible. No se trata simplemente de la recuperación de datos del pasado, ni de hacer una cronología de eventos. Se trata de comprender el impacto emocional y psicológico de lo que hemos vivido y como ese impacto sigue influyendo en nuestras decisiones, relaciones, reacciones y en nuestra autoimagen del presente.
Lo que hemos vivido, experimentado, observado, y lo que nos han dicho, va a determinar nuestra imagen de quienes somos. Las experiencias tempranas, del índole que sea, dejan huellas en nuestro sistema nervioso, en nuestras creencias sobre quiénes somos, cómo debemos comportarnos y qué actitud tenemos que tener ante la vida, y en como esos patrones de conductas se repeten de manera automática.
Se podría decir que nuestra historia no determina quienes somos pero sí modulan las estructuras internas desde las que interpretamos el mundo. Las experiencias tempranas especialmente aquellas que involucran, carencias emocionales, rupturas de vínculos o invalidación emocional, dejan huella en nuestro sistema nervioso y, por ende, en nuestra conducta.
Muchas personas conocen los hechos de su infancia, pero no han explorado como esos hechos se tradujeron internamente: qué mensajes internalizaron, qué parte de sí mismo tuvieron que reprimir, qué emociones no pudieron elaborar o expresar y como eso sigue operando hoy en sus vínculos más importantes o en su manera de tratarse así mismos.
Por ello, en mi ejercicio profesional y desde el ámbito terapéutico, ayudar a las personas a ser consciente de su historia es una forma de recuperar empoderamiento personal: el poder de elegir una respuesta distinta, el cultivar relaciones satisfactorias y sanas y dejar de repetir lo que les hizo daño.
Nuestra vida adulta está plagada de reacciones derivadas de esas heridas casi inconscientes que hace que no entendamos por qué reaccionamos como lo hacemos y que nos determina: “sentir vergüenza al expresar una opinión”; “sabotear la iniciativa a presentarte a una oposición” “vivir en autoexigencia excesiva” “dificultades para disfrutar sin sentir culpa…”
Todo ello se traduce en dependencia emocional, hipercrítica, evitación en confrontar la vida o las conversaciones difíciles, necesidad de control y desconfianza, perfeccionismos y rigidez.
Abre la puerta al análisis y no al juicio.
En este artículo exploraremos, que son las heridas de la infancia, como se manifiestan en la vida adulta y que podemos hacer para comenzar a sanarlas.
Las heridas de la infancia se producen cuando existen experiencias dolorosas, mal gestionadas o invalidantes emocionalmente durante los primeros años de vida de la persona. Estas experiencias, al no ser procesada de una manera adecuada y equilibrada, dejan una marcada y profunda huella en la persona que interfiere en cómo se relaciona consigo mismo, con los demás y con el mundo.
Estas heridas no se producen solo por experiencias traumáticas, evidentes. A veces se forman situaciones cotidianas, como por ejemplo, una mirada que nos hizo sentir que no éramos suficiente, la ausencia emocional de una figura de apego que nos ayudase en un momento determinado, en una exigencia constante de perfección, o en una falta de un espacio seguro para expresar lo que nos estaba sucediendo en ese momento, o como nos estábamos sintiendo.
Desde muy tierna edad, tenemos la necesidad de sentirnos presentes, amados, vistos o protegidos, en base a cómo nos han tratado desde esta perspectiva, creamos máscaras, defensas o personajes para sobrevivir emocionalmente y adaptarnos al entorno. Sin embargo, lo que un día nos ayudó para sobrevivir, hoy puede ser lo que nos impida vivir plenamente. Por ejemplo:
Si en tu infancia aprendiste que no podías contar con tus padres porque estaban ausentes, eran inestables o no tenían en cuenta tus necesidades. Es probable que para adaptarte “te volvieras fuerte” no podías contar con nadie, aprendiste que era importante hacerlo sola para no depender de otros. En tu vida adulta: Es probable que te cueste confiar, delegar o mostrar vulnerabilidad. Evitas la intimidad emocional por miedo a sentirte débil. (La máscara de la autosuficiencia)
Si en tu infancia entendiste que tu valía dependía de agradar a los demás. En la medida que recibías afecto si eras “buena” o cumplías con las expectativas del entorno. Es probable que para adaptarte desarrollaras una sensibilidad extrema a detectar el estado emocional del entorno, aprendiste a anticiparte y a evitar el conflicto. En tu vida adulta: te cueste poner límites, te sientes culpable al expresar un “no” y estás desconectada de tus necesidades. (“El/la complaciente)
Si en tu infancia fuiste testigo de un entorno que sufría como puede ser padres deprimidos, ansiosos, adictos y sentiste que tu misión es cuidar. Es probable que para adaptarte tuviste que madurar emocionalmente antes de tiempo, aprendiste a atender al otro sin importar tu propio estado. En tu vida adulta te atraen personas emocionalmente dependientes o caóticas. Te cuesta pedir ayuda y vives en función de las necesidades ajenas. (Rol del cuidador)
Si en tu infancia cuando expresabas tus emociones de rabia, tristeza, nadie te consolaba o incluso invalidaban tus emociones “por exagerar”. Es probable que para adaptarte te disociaste de tus emociones y aprendiste que expresar cómo te sentías era peligroso e inútil. En tu vida adulta estas desconectada de tu cuerpo, no sabes nombrar lo que sientes y te cuesta sostener vínculos profundos.( Hiperindependencia emocional)
Si en tu infancia expresar emociones no era seguro o sentías que eras ridiculizado. Quizás fuiste humillado/a por mostrar sensibilidad o necesidad de afecto. Es probable que para adaptarte desarrollaras un estilo distante, irónico o frío como mecanismos de defensa. En tu vida adulta te cueste conectar emocionalmente, minimices la que sientes o bromees sobre lo que en realidad te duele. (La coraza del sarcasmo o la indiferencia)
Cada una de estas heridas tuvo una función protectora y legítima. La dificultad surge cuando se activan automáticamente incluso cuando ya no necesitamos de estas reacciones para adaptarnos al entorno. Sanar implica reconocerlas, comprender su función en el pasado y aprender una nueva forma de estar en el mundo desde un yo más libre y más consciente. Cabe decir que comprender nuestras heridas de la infancia, no es buscar culpables, sino una puerta abierta a la sanación de la conciencia y entender que nuestras reacciones desde la raíz y darnos permiso para construir una relación más compasiva con nosotros mismos y más adaptativa al entorno actual. Sanar implica muchas cosas entre ellas: salir del automatismo, romper patrones que nos hacen daño y nos alejan de nuestra esencia y no nos conecta con nuestros valores, construir relaciones sanas y elegir desde la libertad.
Desde el ámbito de la psicología diferentes autores Alice Miller, John Bowlby, Mary Ainsworth, Bessel van der Kolk, Gabor Maté, Peter A. Levine y Franz Ruppert ha abordado ampliamente como las heridas de la infancia condiciona el desarrollo emocional y configuran patrones de apego y defensas psicológicas que condiciona la vida de la persona.
Alice Miller en su libro El Niño Dotado. Profundizo sobre el impacto del abuso emocional sutil que deja marcas visibles y que socava profundamente el desarrollo del yo auténtico del niño o la niña. Según su autora, muchos niños crecen adaptándoselos a las expectativas de sus padres como una forma de obtener atención y amor, desarrollando un “falso yo” que oculta sus verdaderas emociones y necesidades.
Para John Bowby, el padre de la teoría del apego, en un trabajo pionero con la OMS escribió un influyente informe “Maternal Care and Metal Health” donde argumentaba que la separación prolongada de la madre o de cuidador principal en los primeros años de vida tenía efectos negativos graves en el desarrollo psíquico del niño o la niña. Para este psiquiatra los vínculos tempranos moldean los estilos de apego y las relaciones futuras. Afectando en cómo una persona regula sus emociones, su forma de relacionarse con la pareja y la respuesta ante el estrés. Su teoría de apego muestra como la calidad de la conexión emocional influye en la percepción de seguridad, la capacidad de confiar y de establecer vínculos íntimos en la edad adulta.
En el libro, El cuerpo lleva la cuenta (The Body Keeps the Score) de Bessel van der Kolk desarrolla como los patrones de apego tempranos moldean no solo como interpretamos a los demás, sino también como nuestro sistema emocional y nervioso reacciona ante el afecto. En función de esos aprendizajes tempranos, nos permitimos sentirnos consolados, seguros o satisfechos en presencia de otros.
Además, señala que el trauma emocional no solo afecta las estructuras cerebrales sino que queda registrado en el cuerpo. El autor constata que las personas traumatizadas experimentan síntomas físicos, disociación, hipervigilancia o dificultades para relacionarse sin poder asociarlo a un recuerdo consciente.
En las investigaciones del profesor Peter A. Levine y creador de Somatic Experiencing ha puesto de manifiesto como las personas con trauma y heridas emocionales no recuerdan cognitivamente lo que pasó pero su cuerpo sí lo recuerda y reacciona ante estímulos presentes como si fueran amenazas pasadas. Para este autor el trauma no reside en el evento en sí, sino en la respuesta neurofisiológica del organismo al evento, especialmente si el sistema nervioso no pudo descargar la activación generada por el impacto traumático.
Acudir a terapia es una decisión importante y muchas veces no es fácil, pero si estás buscando comprender esas conductas que no terminas de entender y, anhelas recuperar el control de tu vida.
En coherencia con la persona que quieres ser y con tus valores.
En definitiva, las heridas emocionales impactan profundamente la vida de la persona adulta porque afecta en las estructuras emocionales, cognitivas, relacionales y somáticas que las personas utilizamos para interpretar y relacionarnos con el mundo y con nosotros mismos. No se trata del dolor vivido, sino cómo esto ha transformado nuestra manera de interpretar, de relacionarnos con el mundo, así como con el entorno más próximo.
Como por ejemplo:
Nos cuesta confiar
Tenemos dificultades para recibir afectos y halagos.
Establecemos relaciones con dependencia emocional.
Somos complacientes
Nos cuesta poner límites
Evitamos expresar y conectar con nuestras necesidades
Nos cuesta pedir ayuda
Priorizamos el bienestar ajeno por encima del propio
Tenemos dificultades para expresar intimidad y comunicar emociones.
Tendemos a la autoexigencia y a la autocrítica
Nuestra autoestima está vinculada a la mirada externa (nos vemos a través de los ojos de las demás personas)
Tenemos como base creencia limitante como “no soy suficiente” “Tengo que ganarme el amor” “No merezco ser amada”
Sensación de fatiga
Trastornos psicosomáticos “colon irritable, migrañas, dolores de cabeza…”
Dudamos de nuestro valor personal y recursos externos.
Disociación
Desregulación emocional crónica.
Miedo intenso al abandono.
Aprender a reconocer si llevas heridas emocionales de la infancia, es fundamental para comprender, patrones de comportamiento, emociones recurrentes y relaciones interpersonales, que pueden estar influenciadas por el impacto de heridas, no resueltas en nuestra infancia. Al identificar esas heridas -como sentirte aceptado, abandonado o criticado, puedes iniciar un proceso de sanación, fortalecer tu autoestima y construir vínculos más saludables. Te recomiendo visitar este enlace heridas emocionales, donde encontrarás un test diseñado para ayudarte a explorar y hacer consciente si has sufrido esas heridas.
En el ámbito de la psicología y desde diferentes enfoques se ha hablado del impacto de las heridas en el infancia, además existe numerosas investigaciones que constante los diferentes efectos en la persona.
Sin embargo, no fue hasta el año 2000 cuando un libro que se llamaba “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo” de la terapeuta y escritora Lise Bourbeau, cuando el concepto de heridas emocionales – también conocidas como heridas de la infancia- comenzó a divulgarse entre el público en general.
Según Lise Bourbeau, existe cuatro heridas: de abandono, de humillación, de traición, de injusticia.
Cada una de estas heridas tienen sus peculiaridades
Se origina cuando el menor percibe la ausencia física o emocional de la figura de apego. Puede beberse a una separación, a trabajos donde dan poco espacio y tiempo para estar con sus hijos, divorcios o cuidadores emocionalmente ausentes.
La creencia profunda y básica que la persona va a interiorizar sobre sí misma, sobre los demás o el mundo es: “no puedo contar con nadie” “no soy vista” “estoy sola”.
Los mecanismos de defensas que van a desarrollar son:
En la etapa adulta, probablemente la persona desarrolle, dependencia, tenga dificultades para poner límites, necesita una tensión continua y constante de reafirmarse en que es visible, y ante las separaciones o la distancia emocional, es probable que sufra de angustia o ansiedad
Este tipo de herida se produce cuando el menor ha sido avergonzado, ridiculizado o expuesto de forma reiteradamente, especialmente por sus necesidades físicas, emocionales o de expresión. Puede incluir comentarios respectivos, castigos públicos o invalidación sistemática.
La creencia básica y profunda que la persona va a interiorizar sobre sí misma, los demás o el mundo es “soy inadecuado” “hay algo malo en mí” “Mis necesidades son vergonzosas”
Los mecanismos de defensas frecuentes son:
En la etapa adulta probablemente la persona tenga una vergüenza tóxica a ser, como es, o a dar una opinión abierta, dificultades para mostrarse de forma auténtica, miedo al ridículo y una autoexigencia excesiva, principalmente cuando estamos hablando de su imagen hacia las personas.
Se produce cuando el niño experimenta promesas, incumplidas, mentiras, abuso de poder o traiciones por parte de sus figuras de apego. También puede aparecer cuando se vulnera la intimidad y la confianza del niño repetidamente.
Las creencias básicas y profundas que la persona va a interiorizar sobre sí misma, va a girar en torno a: no puedo confiar en nadie; si confío, me van a dañar.
Los mecanismos de defensa frecuente que van a desarrollar son:
Probablemente en la etapa adulta, será una persona que tenga problemas para mantener las relaciones, dificultades para establecer una intimidad emocional, problemas de autoridad, impulsividad y rabias cuando se percibe traición.
Se produce cuando el niño percibe que su existencia, sus necesidades o su forma de ser no son aceptados o deseados por su figura zapeo. A veces nace una etapa muy temprana, incluso embarazo o parto cuando los cuidadores no están emocionalmente disponibles o rechazan aspectos del hijo…
Las creencias profundas de base que desarrolla este tipo de herida son las siguientes: no soy digno de amor; no soy digno de existir; no valgo; soy un error.
Los mecanismos de defensa frecuentes que van a desarrollar este tipo de personas son:
Probablemente, la etapa adulta les tendrán dificultades para establecer vínculos profundos con las personas, miedo a la exposición, o hacer visto, una hipercrítica interna, perfeccionismo como una forma de evitar ser rechazado.
Acudir a terapia es una decisión importante y muchas veces no es fácil, pero si estás buscando un cambio, si te sientes identificada con estas heridas y quieres superarlas.
Cuenta conmigo para ayudarte en tu proceso.
Las heridas emocionales provienen principalmente de experiencias impactantes vividas en etapas, tempranas de la vida, especialmente en la infancia y la adolescencia, que no pudieron ser comprendidas, expresadas o procesadas adecuadamente. Esta experiencia dejan una hamaca en nuestras chiquis y afecta como nos relacionamos con nuestras personas más cercanas, con nosotros mismos y con el mundo.
Entre las características principales se puede dar:
1.- Vínculo de apego, inseguro o disfuncionales
2.- negligencia emocional o falta de validación
3.- Críticas humillaciones comparaciones frecuentes
4.- Abuso físico, emocional o sexual
5.- Experiencia de abandono, o pérdidas importantes, rechazo, humillación
En definitiva, se trata de sanar las heridas emocionales a través de un camino de autoconocimiento, paciencia y compasión. No se trata de borrar el pasado, sino de aprender a integrar esas experiencias, dándoles un nuevo significado que nos permita crecer y fortalecernos.
Cada paso que damos hacia la comprensión de nuestras heridas nos acerca también a una vida más plena, con relaciones más saludables y una mayor conexión con nuestro propio bienestar.
Recordemos que, aunque el proceso pueda ser desafiante, no estamos solos: buscar apoyo profesional y rodearnos de entornos seguros puede ser una clave fundamental en el viaje hacia la sanación.
Paula Cañeque – Psicóloga en Las Palmas
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